sábado, 24 de abril de 2010

Capítulo Cuatro

A finales de los veinte, Bill y Lois empezaron a disfrutar una afluencia nueva y emocionante. Como muchos especuladores de esa época febril, Bill hacía negocios marginales; compraba participaciones de la acción pagando sólo una parte del precio real y, si subía la acción, sus utilidades podían ser enormes; pero si el precio bajaba bruscamente,
parte de la acción desaparecía e, incluso, se le podía requerir que pagara cantidades adicionales para nivelar el déficit, a lo cual se le llamaba "cubrir el margen". En la debacle del mercado de valores en 1929, la súbita caída de los precios 1llevó a éstos aún a niveles más bajos debido a las ventas de pánico para evitar pérdidas mayores, o para obtener dinero a fin de cubrir los márgenes en otros valores.
Clint F. de Greenlawn, Long Island, Nueva York, recordó al Bill de los años de Wall Street:
"Conocí a Bill Wilson en J.K. Rice Jr. and Co., 120 Broadway, Ciudad de Nueva York, una firma de agentes de acciones que se especializaba en situaciones especulativas. Mi trabajo era negociar por teléfono durante los Fabulosos Años Veinte, cuando Coolidge era presidente y Wall Street era el lugar para hacerse rico rápidamente.
Como es comprensible, el clima era febril en el distrito financiero; era la construcción del primer mercado mamut de la nación y cualquiera que no se unía a la exuberancia masiva hasta el punto de desequilibrio, simplemente no estaba en ambiente y se hacía un poco notorio. Así era un tipo alto y desgarbado, llamado Bill, que trabajaba en el exterior como investigador especial para uno de los socios de nuestra firma, de nombre Frank Shaw. Para mí, este Bill era un misterio, ya que con todos los gritos y discusiones que había en nuestra oficina, llegaba y se iba con la grave dignidad de un juez de circuito, no se mezclaba mucho con los demás y nunca se unió a la palabrería ininterrumpida alrededor de la tirilla de cotizaciones, casi un año después, me enteré que sus investigaciones hacían posible algunas de las situaciones más exitosas en las cuales participaba la firma. Y por alguna razón, nunca se quitaba el sombrero, que era de color café y lo llevaba encasquetado sobre los ojos". (El recuerdo de Clint era rigurosamente cierto; en todas las fotografías de Bill, éste tiene el sombrero puesto de ese modo).
"Un par de años [después de conocer a Bill], ocurrió una división en la firma Rice, y Frank, el jefe de Bill, ingresó a otra casa de agentes de acciones, la Tobey and Kirk, llevándose a Bill con él, al igual que algunos negociantes, entre los que estaba incluido yo. En esa época yo estaba bebiendo un poco y cometí algunos errores costosos, que ningún bien me hicieron con Frank; no obstante, tuve poco contacto con Bill, que entonces era un individuo muy encumbrado, mientras que yo daba tumbos en mi propio camino de perdedor y me casaba con mi novia de toda la vida, Katy. Con buen sentido de los negocios, Frank me despidió el día de mi matrimonio.
Hasta el histórico desplome de 1929, todos parecían estar flotando en la riqueza sobre la dulce euforia de las utilidades de papel; de vez en cuando veía a Bill y, aunque su apariencia no había cambiado, supe que le estaba yendo en grande y, en algunos tratos, con muchas esperanzas. Me deprimía mi propia falta de gran éxito y me volví un poco loco; mi esposa había estado trabajando en Macy's desde que nos casamos y yo
todavía no podía subir al gran tren, como Bill y otros lo hicieron. Quizá mi propio problema [de bebida] me estaba absorbiendo, si es que lo tenía.
Llegó el terremoto fatal y cayó en el mercado de valores con una marca de 8 en la escala de Richter. Los poderosos se cayeron de sus tronos y nosotros, los de un grado inferior, caímos más abajo".
Antes, en 1927, los Wilson no tuvieron ninguna premonición del desastre. El viaje en motocicleta había sido sustituido por un transporte más de acorde con su nuevo y superior nivel de vida; podían viajar en coche o en tren y había dinero para hoteles y diversiones. Aunque Bill bebía fuertemente en algunos de estos viajes, era capaz de completar excelentes informes.
Había empezado a mentir. Al regresar con Lois de un viaje a Canadá, a donde había ido a investigar el desarrollo de una compañía de aluminio y en el que había permanecido sin beber todo el tiempo, cuando estaban a punto de cruzar la frontera de regreso a los Estados Unidos, Bill mencionó casualmente que se iba a detener a comprar cigarrillos. ""e di cuenta de que esto carecía de sentido, ya que éstos eran más caros en Canadá", dijo Lois, "pero el licor era más barato y se adquiría con mayor facilidad que en los Estados Unidos, en la época de la Prohibición".
Estacionada en la plaza del puente que era la frontera Estados Unidos-Canadá, lo esperó durante horas; Bill se había llevado dinero y las llaves del coche y por fin empezó a buscarlo. "Estaba precisamente en la última cantina del área, incapaz de navegar. Todo nuestro dinero se había desvanecido".
Cuando Bill se interesó en el azúcar cubana, no había más que una investigación sobre el terreno. Habían comprado un Dodge de segunda mano por 250 dólares, adaptado para dormir, y éste los llevó a Florida como grandes señores. Era el verano de 1927.
En Cuba, se les dio una cálida recepción y trato como gente importante. Se puso a su disposición un coche, un chofer y una lancha de motor; en la Habana se hospedaron en el Hotel Sevilla, que aparentemente estaba fuera de su alcance, a juzgar por la carta que Bill escribió a Frank Shaw, en la que le prometía que "se iban a cambiar a otro lugar que fuera más razonable y que de ahora en adelante responderá igualmente bien a nuestro propósito". De acuerdo con Lois, nunca dejaron el Sevilla.
Lois dijo de ese viaje: "Para mí fueron unos días frustrantes, a causa de la manera de beber de Bill. Cierta vez, para impedir que bajara al bar, tiré uno de sus zapatos por la ventana, pero esto no sirvió. Cayó en un tejado cercano y Bill simplemente llamó al portero para que lo regresara. En naca de tiempo, estaba en el bar usando ambos zapatos".
En la misma carta a Shaw, Bill se refirió a la inquietud que éste tenía sobre su forma de beber.
"Gracias por tu envío y la carta que lo siguió. Nunca te he dicho algo relacionado a la cuestión del licor, pero ahora que la mencionas y también por la buena razón de que estás invirtiendo en mí tu perfectamente buen dinero, por fin me siento feliz de decirte que he tenido una confrontación final (conmigo mismo) sobre el asunto. Siempre ha sido una limitación muy seria para mí, de manera que puedes darte cuenta de lo feliz que estoy por haberme liberado finalmente de él; llegué hasta el punto en que tuve que decidir si era un mono o un hombre. Sé que para mí va a ser un trabajo arduo; no obstante fue el mejor que haya hecho por mí mismo y por todos los que se preocupan. Eso se acabó, así que ahora olvidémonos de eso".
La carta está fechada el 3 de septiembre de 1927.
Bill hizo varias visitas a las plantaciones de azúcar y mandó sus informes, pero las investigaciones no tuvieron éxito. Para Lois, la razón pareció ser clara: Bill continuó bebiendo durante todo el mes que estuvieron en Cuba.
De regreso, se detuvieron a ver al padre de Bill y a su segunda esposa, Christine, en Miami Beach. Gilman tenía un contrato para cortar piedra para los cimientos de la Carretera Overseas que conectaría la tierra firme de Florida con los Cabos. En esta visita, Bill conoció también a la hija de Gilman y Christine, su joven media hermana Helen, nacida en 1916.
De regreso a Nueva York, rentaron un caro apartamento de tres cuartos en el 38 de la Calle Livingston, en una de las mejores partes residenciales de Brooklyn. En razón de que no era suficiente para satisfacer los deseos grandiosos de Bill, lo ampliaron rentando el apartamento de junto y derribando la pared que los dividía. Ahora, tenía dos recámaras, dos baños, dos cocinas y una sola y enorme sala.
El elevadorista de este edificio era un rosacruz de las Indias Occidentales llamado Randolph, que hizo lo que pudo para conservar abstemio a Bill y, cuando eso fallaba, mantenerlo fuera de peligro. Si Bill llegaba tarde a casa, Randolph iba a buscarlo a los bares cercanos. Bill estaba agradecido y, cuando se enteró que la hija de Randolph estaba estudiando música, le dio un cheque para que le comprara un piano.
En 1928, Bill fue una estrella ante sus socios de Wall Street. "Por supuesto, en aquellos días bebía por razones paranoides; lo hacía para soñar con más poder, con dominio. Para mí, el dinero nunca fue símbolo de seguridad, sino de prestigio y poder". Soñaba con el día en que se sentaría en prestigiosos consejos de directores. "Sabes, mis héroes eran J. P. Morgan y el First National Bank".
No había duda de la seriedad de su manera de beber. Tan pronto como sonaba la campanada de las tres de la tarde para cerrar el mercado de valores, se dirigía a un expendio clandestino de bebidas alcohólicas y
después bebía durante el camino a su casa. "En la calle 14, ya estaba muy pasado y en la 59 me perdía por completo. Empezaba con 500 dólares y tenía que arrastrarme bajo la puerta del metro para regresar a Brooklyn".
Hubo escenas infelices en el suntuoso apartamento de la Calle Livingston; a una promesa fallida, la seguía otra. El 20 de octubre de 1928, Bill escribió en la Biblia familiar, el lugar más sagrado que conocía: "A mi adorada esposa que me ha soprotado tanto, que esto quede como evidencia de mi promesa de que he terminado con la bebida para siempre". El Día de Acción de Gracias de ese año escribió: "Mi fortaleza se renovó mil veces en mi amor por ti" y, en enero de 1929, añadió: "Para decirte una vez más que he terminado con ella. Te amo".
A pesar de todo, ninguna de estas promesas contenía la angustia que Bill expresó en una carta sin fecha a Lois: "Hoy he fallado una vez más. Quizá sea incluso una gran tontería que siga intentando portarme bien, como si tuviera gran educación; sencillamente la virtud no parece existir en mí y nadie la desea más que yo, aunque también nadie la desprecia con mayor frecuencia".
Su manera de beber había empezado a preocupar mucho a sus socios de Wall Street, a pesar de su éxito fenomenal en la búsqueda persistente de situaciones que los beneficiaban; los avergonzaba al emborracharse en sus viajes o al entrar en discusiones con los directores de la compañía. Siempre agradable y de buenos modales cuando estaba sin beber, Bill podía volverse molesto y autoritario cuando bebía.
Ya no era bienvenido entre las amistades de Lois: "Aunque algunos bebían mucho, no podían soportarme", recordó Bill, "y por supuesto, yo era muy boquiflojo cuando bebía, y tenía un horrible sentimiento de inferioridad respecto a alguna de su gente, mostrándome como el muchacho del campo que había llegado y hecho más dinero del que ellos hubieran visto; ése era el tema de mi conversación y, simplemente cada vez más la gente no podía aceptarlo. Ya nos encontrábamos en el proceso de estar aislados, el cual sólo era mitigado por el hecho de que estábamos haciendo dinero y más dinero".
Como dijo Lois: "A finales de 1927, estaba tan deprimido por su propio comportamiento que decía: 'Ahora estoy a mitad del camino al infierno y sigo a todo vapor'. Entonces firmó a mi favor 'todos los derechos, títulos e intereses' de sus cuentas con sus agentes de acciones, Baylis and Company, y Tobey and Kirk . . . noche tras noche, llegaba a casa a primeras horas de la madrugada y estaba ya tan borracho que se caía justo al pasar la puerta de entrada o tenía que ayudarlo a acostarse".
Lois describió la profundidad de su dilema con estas palabras: "Rara vez bebía Bill social o moderadamente; ya que empezaba, casi nunca se detenía hasta que llegaba a estar tan borracho que caía inerte. Cuando estaba en copas no era violento y después tenía profundos
remordimientos. Cuando por último se dio cuenta que no podía detenerse, me pidió que lo ayudara y peleamos juntos la batalla del alcohol. En esa época no sabíamos que tenía una enfermedad física, mental y espiritual; la teoría tradicional de que la borrachera sólo era una debilidad moral impidió que ambos pensáramos con claridad sobre el asunto. No obstante Bill era fuerte moralmente; tenía un vívido sentido del bien y el mal, que se extendía a cosas pequeñas, y su respeto por los derechos de otras personas era extraordinario; por ejemplo, no cruzaba sobre el prado de otra persona, aunque yo lo hacía con frecuencia. Tenía mucha fuerza de voluntad para hacer cualquier cosa que le interesara, pero ésta no funcionaba contra el alcohol a pesar de que le interesaba . . .
Supongo que su patrón de tolerancia al alcohol era como el de muchos alcohólicos; al principio, el licor lo afectó rápidamente, pero más tarde adquirió capacidad de beber cada vez más sin hacerlo notorio; después, de manera súbita, su tolerancia disminuyó dramáticamente. Incluso un poco de licor lo intoxicaba".
En un viaje a Manchester, a principios de 1929, bajó del tren en Albany y llamó por teléfono a Ebby, su amigo de la escuela en Burr and Burton; le sugirió que se reunieran en el centro de la ciudad y tomaran un par de tragos. Hasta entonces, nunca habían bebido juntos, aunque la forma de beber de ambos había progresado seriamente, y como dijo Ebby: "Veía mucho a Bill, nos reuníamos y tuvimos una amistad firme desde el principio". (Sin embargo, Lois recuerda de una manera diferente: al principio creía que Ebby era mucho más íntimo de su hermano Rogers, que de Bill).
Ebby era hijo de padres ricos, pero los negocios de la familia fracasaron en 1922. Durante un tiempo vendió seguros y trabajó para una casa de inversiones; también lo ayudó su hermano, el alcalde de Albany. La forma de beber de Ebby lo fue convirtiendo gradualmente en un problema local en esa ciudad.
De aquella vez en que se reunió con Bill, Ebby recordó: "estaba haciendo amistad en Albany con un puñado de pilotos que hacían vuelos desde el aeropuerto de ese lugar, y se llamaban a sí mismos Sociedad de Pilotos. Bill y yo asistimos a una fiesta en casa de uno de ellos y Bill se iba al día siguiente a Vermont y pensé que por qué tenía que tomar ese ferrocarril tan lento para llegar. ¿Por qué no alquilar un aeroplano? Así que hice un trato con uno de los muchachos, un tal Ted Burke, para que nos llevara al día siguiente". También recordó Ebby que, después de dejar a Bill en el hotel, "me fui y bebí toda la noche, para estar seguro de que haría el viaje".
Bill, que en su versión de la historia dijo que ambos se fueron de juerga toda la noche, recordó que le pagaron al piloto un precio alto para que los llevara a Vermont, ya que no quería despegar, probablemente por el mal tiempo. En Manchester se estaba construyendo un campo de
aterrizaje, pero todavía no llegaban aviones. "Llamamos a Manchestar para decirle a esos individuos que seríamos los primeros en llegar ahí", refirió Bill. Recuerdo vagamente haber localizado la ciudad de Bennington a pesar de la neblina. Los emocionados ciudadanos de Manchester habían nombrado un comité de bienvenida y también estaba la banda de la ciudad. Encabezaba la delegación la Sra. Orvis, una dama más bien majestuosa y digna, entonces propietaria de la famosa Casa Equinox.
Hicimos un círculo alrededor del campo, pero mientras tanto, los tres habíamos estado bebiendo de una botella. De cualquier manera acabamos en una pradera llena de baches; la delegación cargó hacia adelante y lo apropiado era que Ebby y yo hiciéramos algo. Sin saber cómo, nos deslizamos fuera de la cabina del piloto, caímos en tierra y permanecimos ahí, inmóviles. Ese fue el episodio que hizo historia del primer aeroplano que bajó en Manchester, Vermont".
Esta historia, con todo lo jocosa que pueda parecer, realmente causó a Bill un gran remordimiento. Se recordó deambulando por East Dorset al día siguiente, en el esfuerzo por comprender una juega lamentable. Visitó a Mark Whalon y también mandó una carta a la señora Orvis ofreciéndole disculpas. Ebby tomó el tren nocturno de regreso a Albany.
A pesar del remordimiento que sintió Bill por el incidente, éste no hizo que fuera indeseable en Manchester; regresó ahí con Lois ese año, para jugar golf en el exclusivo y distinguido Club Ekwanok. En ese alocado verano de los Fabulosos Años Veinte, Bill se dedicó a jugar golf con su determinación característica de destacar. Además, "El golf permitía beber todos los días y todas las noches", dijo; "era divertido caminar por el campo de golf exclusivo que tanto admiraba de muchacho, luciendo la distinguida tez bronceada que suelen tener los caballeros acomodados. El banquero local observaba con divertido escepticismo como ingresaba y retiraba con rapidez grandes cantidades de dinero en su caja".
Al continuar con la investigación de acciones, Bill llegó a interesarse en una compañía de productos de maíz que se llamaba Penick and Ford. En una maniobra bien orquestada, "Hice el trabajo al revés de como lo hacía todo mundo. Proseguí con la teoría de vender estas acciones a mis amigos y me convertí en un especialista en este valor. Les vendí una buena cantidad, después de acumular mi propia línea; entonces supuse que había hecho una buena publicidad al respecto y que, haciendo ventas sólidas, cada vez que tuviéramos un revés en el mercado, podría tener suficiente dinero para estabilizar la maldita cosa. No eran demasiadas, sólo 400,000 acciones, que en aquel entonces habían llegado a valer cuarenta y tantos dólares (habían empezado aproximadamente a 20 el año anterior). Podía estabilizarlas y así protegerme, lo que me capacitaría a operar con poquísimo dinero. En otras palabras, podía llevar líneas de miles de acciones de mi propiedad.
Y, en efecto, en la primavera de 1929 hubo un infierno de derrumbe en el mercado, y mi amigo, esa cosa bajo cinco puntos y puse miles de acciones de ella en manos de mis amigos y mientras tanto estabilicé el precio y me protegí a mí mismo. Así que pensé, 'Bueno, pusiste ahí a tus amigos cuando estaban bajando en lugar de venderles cuando estaban en alza y eso les da una oportunidad maravillosa. No estoy intentando aprovecharme de ellos para hacer dinero de esa manera y tenemos una operación grande y completa, lo suficientemente buena todavía durante bastante tiempo""
Incluso persuadió a su madre de que comprara 900 acciones aconsejándole, en enero de 1929, que no las vendiera a menos de 60 dólares la acción. Entonces decidió que estaba preparado para una posible baja en el mercado. También en 1929 fue cuando rompió con su amigo Frank Shaw. Bill Wilson iba a ser un lobo solitario, muy poderoso, en Wall Street.
Pocos negociantes marginales estaban preparados para el cataclismo que se abatió sobre el mercado ese octubre. Aún Bill sólo estaba preparado para una ráfaga, pero lo que se acercaba era un huracán. Cuando la primera oleada de ventas mandó los precios al fondo, sus acciones de Penick and Ford bajaron de 55 a 42, una pérdida de 13 dólares por acción. Con ayuda de los amigos, compró en gran cantidad, en mi intento de respalda el precio. Las acciones se recuperaron, subieron a 52 y luego se sumergieron vergonzosamente hasta 32 en un sólo día, aniquilando a los amigos que habían confiado en su criterio . . . y a Bill mismo. Estaba en bancarrota.
"En un minuto desapareció mi dinero, y la confianza que tenía en mí repentinamente bajó a cero", recordó.
Un amigo, llamado Dick Johnson, le ofreció trabajar en su firma, Greenshields and Co., una casa de agentes de acciones en Montreal y en diciembre se fue con Lois a esta ciudad. Después de su llegada, aproximadamente en los días de Navidad, se cambiaron a un apartamento de fea apariencia y semanas después, Bill estaba de regreso en el mercado, negociando otra vez con Penick and Ford, que en la primavera de 1930 había subido a 55 dólares la acción.
Parecía que Bill iba a tener una recuperación rápida. "Me sentí como Napoleón, al regresar de Elba", dijo, "¡ninguna Santa Elena para mí!" Pronto encontraron un alojamiento mucho mejor en Glen Eagles, una cara casa de apartamentos nueva que daba sobre el Río San Lorenzo. Se divirtieron mucho en Montreal, jugando golf y cenando en la Casa del Club. En el otoño, Johnson lo despidió y como siempre, su Waterloo fue la bebida.
En los últimos meses de 1930, Bill tuvo lo que llamó "vislumbres ocasionales de la cuesta abajo que conduce al valle de las sombres", expresó, "pero todavía podía volver la cara y ver el otro camino, a pesar
de que había quedado profundamente impactado por la calamidad del derrumbe de 1929 y ahora por haber sido despedido por mi buen amigo Dick Johnson". Una vez más, escribió una promesa en la Biblia familiar: "Finalmente y para toda la vida, doy gracias a Dios por tu amor". La promesa está fechada el 3 de septiembre de 1930 y, como aquéllas que la habían precedido, no la respetó. Esa fue la última de las promesas en la Biblia.
Mientras Bill permanecía en Montreal para aclarar detalles, Lois regresó a Brooklyn debido a que su madre cayó enferma. "Incluso en el mismo final, como muchas cosas que hacer, aún así no pude mantenerme sin beber", recordó Bill. "Recuerdo que me emborraché mucho, cayendo en una discusión con un detective del hotel", a quien mandaron a la cárcel, pero a la mañana siguiente fue liberado por un juez indulgente. Borracho al medio día, Bill conoció a otro alcohólico, un individuo de la variedad "hombre de confianza mediocre". Esta compañía todavía estaba con él cuando finalmente despertó en Vermont, en el campamento de los Burnham, en el Lago Esmeralda. Bill gastó hasta el último centavo que todavía poseía, en mandar al hombre de regreso a Montreal.
Cuando Lois llegó a Vermont procedente de Brooklyn, hablaron sobre lo que debían hacer a continuación. "En esa época, empecé realmente a preciar su intensa dedicación, valor y todavía gran confianza en mí", dijo Bill. "Después de una temporada sin alcohol nos fuimos a Nueva York a recuperar nuestras fortunas". Fue después del desastre de Montreal cuando por primera vez Bill intentó arduamente dejar de beber ya que en verdad quería hacerlo. Todavía no se daba cuenta de que estaba bajo el dominio de una obsesión, que en lo referente a la bebida había perdido el poder de elegir, y que todos sus esfuerzos personales para controlarla o dejarla conducirían a nada.
De regreso a Brooklyn, los Wilson se hospedaron en casa de los padres de Lois. Aunque en esa época Bill tuvo que considerarse hasta cierto punto fracasado, según parece lo trataron con bondad y se interesaron en él. "Verdaderamente eran una pareja maravillosa", dijo de los Burnham, y de la madre de Lois, que "su capacidad para la clase de amor que no exige recompensa, para casi todo y todos, estaba más allá de la fe y la comprensión". Bill recordó a su suegro como "un individuo excesivamente apuesto, vestido inmaculadamente y tan refinado en su hablar y en sus maneras como no he conocido a nadie". Bajo los buenos modales del Dr. Burnham, opinó Bill, existía un terrible dominio y una agresividad extrema que afectaba toda la vida de la familia, sin que se lo propusiera en lo absoluto y sin que alguien se diera cuenta de que eso sucedía.
Un indicio de lo totalmente fuera de control que se había vuelto ahora la manera de beber de Bill, fue su comportamiento cuando falleció su suegra. Después de ardua serie de tratamientos con radio para el cáncer de huesos, murió el día de Navidad de 1930. Bill estaba borracho
en esa ocasión, había estado borracho desde días antes y siguió borracho en los días que siguieron.
Lois escribió estas palabras en un momento de desesperación: "¿Qué puede uno pensar después de tantos fracasos? ¿Mi teoría de la importancia del amor y la fe no es más que una tontería? ¡Es mejor reconocer que la vida es como parece serlo - una serie de fracasos - y que mi esposo es una criatura débil y cobarde que nunca va a superar la bebida!
Si pierdo mi amor y mi fe, ¿qué haría? Tal como lo veo ahora, no hay nada más que vacío, altercados, reproches y egoísmo, cada uno de nosotros intentando obtener del otro tanto como sea posible para olvidar nuestros ideales perdidos.
Amo a mi esposo más de lo que puedo expresar y sé que él me ama. Es un hombre espléndido, excelente, de hecho, un hombre poco común con cualidades que lo harían llegar a la cumbre. Su personalidad es atractiva, todo mundo lo quiere y nació líder. Muy generoso y de buen corazón daría hasta su último centavo. Es honesto casi con exceso . . .
A la mañana siguiente después de emborracharse, está tan arrepentido, tan ofensivo consigo mismo y tan afable que me desarma y no puedo reclamarle.
Continuamente me pide ayuda y, casi a diario durante cinco años, hemos intentado juntos encontrar una respuesta a su problema de beber, pero ahora es peor que nunca. Si vamos de viaje, se pasa un mes o más sin probar un trago y dice que no lo extraña, pero en cuanto regresamos a la ciudad, el mismo primer día, a pesar de todos los planes y promesas, otra vez está ahí, algunas veces llegando a casa temprano y otras a las cinco de la madrugada . . .
Incluso, aborrezco pensar en ello, pero ¿ayudaría si me fuera durante algún tiempo y no regresara hasta que se portara bien, y luego, si las cosas no continuaran como se debe, permaneciera fuera más tiempo? ¿Despertaría por fin su interés?
Al escribir esto, puedo ver que . . . por supuesto el problema no se refiere a mi vida, porque probablemente el sufrimiento me está haciendo un bien, sino a la suya: el daño espantoso que le debe estar haciendo este tomar una resolución y romperla, volver a tomarla y romperla de nuevo. ¿Cómo puede llegar a lograr algo con esta desventaja espantosa? Me preocupo más al respecto por el efecto moral sobre él que del físico, aunque Dios sabe que la terrible sustancia que bebe es suficiente para consumirlo por completo . . .
Nos comprendemos uno al otro tan bien como es posible, al tener temperamentos radicalmente opuestos. Admito que no puedo entender
su anhelo por el licor, porque a mí no me atrae, aunque varias veces me he emborrachado con objeto de probar y encontrar que me atraiga.
Creo que la gente es buena si se le da la mitad de una oportunidad y que el bien es más poderoso que el mal. Para mí, el mundo parece ser atormentante, a veces casi dolorosamente hermoso, y la bondad y generosidad de la gente con frecuencia excede a lo que yo había esperado. Francis Bacon dice que la mente humana se engaña fácilmente, que creemos lo que queremos crer y sólo reconocemos los hechos que van de acuerdo con esa creencia. ¿Estoy haciendo algo idéntico? ¿Es mala la gente, el amor unítil y está sentenciado Bill a ser menos que mediocre? ¿Soy una tonta al no reconocerlo y agarrarme a cuanto placer y comodidad puedo?".
Por su parte, Bill escribió a Lois "miles de cartas. Me escribía una y otra vez, diciéndome que nunca volvería a beber".
Humillado por sus fracasos y por su dependencia del padre de su esposa, Bill encontró un trabajo como investigador, con salario de 100 dólares a la semana. Lo que en esos días de la Depresión era una fortuna para muchas familias, para Bill fue humillante; sin embargo, se mantuvo en ese trabajo durante casi un año e, incluso, hizo algún proceso en la organización; pero fue despedido a raíz de un incidente de cantina que describió como "un escándalo con un taxista".
Con este despido, se terminó definitivamente la permanencia de Bill en Wall Street. Debía 60,000 dólares y no tenía un centavo. "Empecé a acercarme a los pocos amigos que me quedaban en la Street, que había sobrevivido al derrumbe, pero encontré que su confianza en mí había desaparecido realmente desde hacía algunos años", refirió. "Ahora que estaba sin un centavo y evidentemente con un profundo problema con el licor, nada tenían para mí y con seguridad que no se les podía culpar por eso".
Bill entró ahora en una fase de beber sin esperanza, que se complicó con la Depresión, pero aunque hubiera sido una época de prosperidad, es dudoso que hubiera ganado los suficiente para vivir. Lois encontró un trabajo en Macy'', con sueldo de 19 dólares a la semana más una pequeña comisión sobre lo que vendiera, y eso llegó a ser su sustento. Bill se sentaba en alguna casa de agentes de acciones durante el día, intentando dar la apariencia de estar trabajando.
Ocasionalmente, era capaz de desarrollar ideas para tratos pequeños en valores y los vendía por unos pocos cientos de dólares. Lois vio poco de ese dinero. "Ahora, la mayor parte del dinero era para pagar las cuentas de los expendios de licor clandestinos con objeto de tener una línea de crédito fresca cuando se me acabara el dinero. También me había vuelto bebedor solitario, en parte porque lo prefería, y en parte, porque a ninguno de mis compañeros de Wall Street interesaba ya mi compañía".
Algunas veces se pasaba el día con un quinto de ginebra dándole traguitos de manera discreta, mientras recorría las casas de agentes de acciones; por lo general, se las arreglaba para parecer lo suficientemente sobrio. Después de pedir prestados unos dólares para comprar otra botella con el contrabandista de licor más próximo, subía al metro durante horas, todavía dando traguitos, y podía presentarse en su casa a cualquier hora de la noche.
Esa fue la vida de Bill durante 1931, hasta el verano de 1932. Estaba empezando a mostrar signos de deterioro mental; cuando la gente intentaba razonar con él durante una borrachera prolongada, se volvía violento y hablaba cosas incoherentes que los asustaba. "Empecé a comprender lo que eran las crudas reales y algunas veces llegué al borde del delirio". Se acostaba en la cama y bebía mientras Lois estaba trabajando. "Ahora, el demonio estaba avanzando hacia la posesión plena", expresó.
En 1932, cuando las acciones de valores sólidos se estaban vendiendo a cotizaciones de ganga, Bill decidió formar un sindicato de compra para aprovechar los precios extremadamente bajos. Tenía la ayuda de su cuñado Gardner Swentzel, esposo de Kitti, la hermana menor de Lois, cuya firma era Tayloy Bates and Company, que tenía numerosos amigos en la comunidad financiera.
Aunque Bill ya no era bien recibido en muchos despachos de Wall Street, hizo un esfuerzo sobrehumano para refrenarse durante las horas de oficina. No tardó mucho en iniciar amistad con dos hombres que estuvieron de acuerdo en formar el sindicato de compras con él. Eran Arthur Wheeler y Frank Winans; aquél era el hijo único del presidente de la compañía productora de latas para conserva American Can Company.
El año deprimente de 1932 parecía ser inapropiado para la compra especulativa, pero Bill se había dado cuenta de que en realidad era época muy favorable, ya que muchos valores se estaban vendiendo a la mitad o la tercera parte de su valor neto. "Si uno pudiera superar sus miedos, tener capital y paciencia, podría existir una fortuna en la recuperación que está destinada a llegar un día", opinó. "Estados Unidos se estaba acercando con rapidez a la época en que sencillamente tenía que experimentarse un giro".
Bill estaba por completo loco de alegría ante esta oportunidad de hacer un regreso. Los nuevos socios, impresionados por sus ideas, le asignaron una participación generosa, pero en su contrato pusieron una estipulación importante: Si Bill empezaba a beber de nuevo, no sólo se anularía el trato, sino que también perdería sus intereses en la empresa. "Firmé el acuerdo y exhalé un tremendo suspiro de alivio", recordó Bill. Confiado, como estaba, en la ruta de la recuperación financiera, se lanzó con decisión al trabajo.
Durante los "dos o tres meses" siguientes, las cosas fueron bien. Para su asombro, tenía poca necesidad de beber; de hecho, sentía una ausencia completa de la tentación. Pronto se corrió la voz y empezó a mejorar su reputación en Wall Street, lo cual le condujo a otra oportunidad: una asignación para investigar un nuevo proceso fotográfico en los laboratorios Pathé en Bound Broook, New Jersey.
Acompañado por varios ingenieros, Bill llegó a Bound Brook para hacer la investigación. Después de cenar, los ingenieros empezaron a jugar póquer e invitaron a Bill a que se les uniera, pero él nunca había tenido interés alguno en las cartas, por lo que se rehusó. De algún lado apareció una jarra de un brandy de manzana llamado "relámpago de Jersey". Con rapidez y facilidad, Bill se rehusó una vez más.
Al ir transcurriendo la noche, de vez en cuando los compañeros de Bill renovaban su oferta de un trago y lo rehusaban con firmeza. En cierto momento, incluso llegó a explicar que era una persona que no podía manejar el licor.
A media noche, estaba aburrido e inquieto, sus pensamientos se desviaron al pasado, a sus jocosas aventuras del tiempo de guerra y lo que disfrutó los excelentes vinos de Francia. Se desvanecieron de su mente la miseria y la derrota de los años reciente s y mientras estaba consintiendo su agradable recuerdo, se le ocurrió que nunca había probado el relámpago de Jersey. La siguiente vez que pasó enfrente de él, su pensamiento fue: "Supongo que un rayito del relámpago de Jersey no puede dañarme mucho".
Estuvo borracho durante tres días. Pronto corrió hasta Wall Street la voz de la debacle y esto fue el fin de su contrato . . . y de su "regreso".
"Hasta esta época, creo que el deseo de lo grandioso había motivado mi manera de beber, pero ahora experimentaba un cambio completamente brusco y abrupto en la motivación, todavía pensaba que ésta era la misma, pero mi comportamiento lo desmintió. Regresé a Wall Street, pero mis amigos lo sentían mucho, muchísimo y nada quedaba por hacer. Ahora, algunas veces me emborrachaba por la mañana, incluso aunque estuviera intentando una transacción de negocios, y cuando estaba irritable, insultaba a la misma gente que estaba tratando de impresionar. Algunas veces, me tenían que sacar de las oficinas y me dirigía al expendio de bebidas más cercano, me echaba algunos tragos, compraba una botella y tomaba grandes cantidades. Intentaba llegar a casa cuando aún me quedara bebida, ocultando siempre un quinto de ginebra o posiblemente dos. En este momento, dos botellas me daban una seguridad mayor, ya que por la mañana quedaría algo, es decir, si podía encontrar la que había escondido.
Como los demás alcohólicos, escondía el licor de la misma manera que una ardilla protegería las nueces, que podía encontrarse en el desván, en las vigas del techo, bajo las tarimas del piso; también enterrado en el
carbón en el sótano, en la caja de agua del inodoro, en el patrio de atrás. Durante las horas en que Lois estaba trabajando, hacía esfuerzos por reponer mis existencias.
Pero, volviendo a mi motivación, ahora veo que estaba bebiendo para olvidar. Había días en que bebía en la casa, raramente capaz de conseguir que me entraran alimentos, luego la laguna mental, después de una dramática separación de Lois por las mañanas y una vez más borracho durante el día. Dos o tres botellas de ginebra al día se habían convertido en rutina.
Mi moral estaba completamente hecha pedazos. Recuerdo que arrojé a la pobre de Lois una pequeña máquina de coser; otra vez anduve por toda la casa pateando los paneles de las puertas. Ahora era también una rutina que estuviera bastante mal e irritable, y en los momentos de mayor lucidez, Lois me decía con terror en los ojos lo loco que había estado realmente. ¿Qué podíamos hacer al respecto?".
Pareció abrirse una salida del estado de desesperación cuando se presentó otra oportunidad profesional, en la forma de su viejo amigo Clint:
"Un día, en la esquina de Wall Street con Broad me tropecé con Clint F., un negociante independiente con el que tenía alguna amistad. Clint me dijo que estaba trabajando para un individuo que era perfectamente maravilloso, Joe Hirshhorn, el cual a pesar de la época, todavía tenia dinero y lo estaba ganando rápidamente. Pronto conocí a Joe y en líneas generales le describí algunas de mis ideas.
Joe había llegado a Wall Street por el camino difícil, empezando como un negociante en acciones de poca importancia cuando la gente se situaba en Broad Street y negociaba en el mercado libre. Subsecuentemente, su gran perspicacia le había llevado a tener contactos importantes y además, tenía una extraña aptitud para negociar.
Me hizo grandes promesas y empecé a animarme ligeramente. Algunas veces me decía que había comprado una línea de acciones en la que yo iba con ciertas acciones a crédito. De vez en cuando, me daba un cheque por poco dinero, el cual generalmente gastaba en quintos de ginebra, ahora de la variedad de tienda de golosinas".
La versión de Clint del contacto con Hirshhorn es:
"A raíz de la calamidad en el mercado de valores, que dañó a todos, la depresión y la pobreza de 1931 y 1932 parecía ser el final. dándome mi esposa la tarifa del metro de dos monedas de cinco centavos, pero ninguna para comer, iba diariamente de un lado a otro de Wall Street, buscando algo. Afortunadamente, me encontré con un agente de valores rico y muy listo que había sobrevivido al cataclismo. Su nombre era Joe Hirshhorn y me aceptó porque le gustó mi capacitación como
especialista; pero sabía que sólo fracasaría, como siempre me sucedió. ¿Cómo podría obtener ayuda en lo que con seguridad era una gran oportunidad bajada del cielo?.
Pensé en Bill y me pregunté si todavía viviría en Brooklyn Heights. Ahí estaba y no me sorprendió al enterarme que se había caído de la montaña rusa como el resto de nosotros. Habiendo abrumado a Joe con la reputación que la había dado a la capacidad de Bill, como investigador de valores, no hubo problema para lograr que éste llegara al 50 de Broad Street y fuera contratado, lo que a su vez redundaría en la seguridad de mi propio trabajo (o saltaba desde el Puente de Brooklyn). Joe estaba muy satisfecho con él, porque oí decir a un agente de acciones acerca de qué tipo tan 'listo' había conseguido, 'un Einstein y me llegó por correo'.
Ahora, era una época más animada del mercado que comenzaba a recuperarse, y cuando Bill se sintió más amistoso al estar en la nómina, me invitó a comer y hablar de la forma que tomarían las cosas por venir. Naturalmente, gravitábamos hacia el bien conocido bar de los caballeros, Eberlin's, mientras Bill decía cuando íbamos: 'Clint, un poco de jerez dulce aclarará nuestra visión'. Todavía usaba ese mismo sombrero triste color café y no variaba su posición mientras aclarábamos nuestra visión. Paso el medio día, y un hecho destacado que recuerdo, después de un breve sermón sobre economía [fue] es su predicción de las grandes cosas que íbamos a hacer por nuestro amigo Joe, ¡porque este hombre puede llegar a ser un Rothschild, Clint'. El hecho de que ese hombre hiciera exactamente eso en los siguientes años, poco tuvo que ver con la clase de nuestras intenciones en la cantina Eberlin's.
Nunca supe con exactitud qué trabajo hacía Bill en nuestra oficina, pero viajaba mucho, según creo, para investigar las propiedades en las que Joe tenía grandes intereses financieros. Por mi parte, en 1933 permanecí comparativamente sobrio, llevando un vivir arduo con poco dinero para la bebida.
No me di cuenta si Bill se tomaba un trago de vez en cuando al principio de este trabajo; sin embargo, hubo algunos momentos peligrosos, como la fiesta que hizo nuestro jefe en el jardín de su propiedad en Great Neck. Fue un asunto de caridad a fin de colectar dinero para su nuevo templo, y a sus amigos de negocios y a otros invitados les retorcía el brazo realmente con fuerza. Se empujaban cajas de champaña sobre los invitados, que estaba a un precio espantoso, por supuesto para un buen propósito. Aunque en esos tiempos difíciles era una filantropía costosa, Joe era una persona de corazón generosa y no permitiría que Bill y yo pagáramos nada. Su esposa se sentó con las nuestras, Lois y Kay, la mayor parte de la tarde. Dimos pequeños traguitos del burbujeante, que nos proporcionaban gratis, de manera digna, después unos más y luego ¡de verdad! Lois y Kay no parecieron estar cómodas hasta que llegó la hora de irnos a casa.
En una ida al cuarto de bajo, Bill y yo descubrimos la despensa en que almacenaban la champaña ¡Qué alivio! Bill dijo algo así como ¡Mira, un regalo del cielo! Cada uno escondimos en nuestras ropas tantas botellas como pudimos y decidimos que en una emergencia abriríamos un par de extras. Rompimos los cuellos contra el sanitario y nos tragamos el contenido como locos. En todas partes quedaron vidrios rotos y salpicaduras de líquido, así como sobre nosotros. Intentamos apresurarnos a reunirnos con los demás, diciendo buenas noches a nuestro jefe, pero a ambos nos golpeó la bebida al mismo tiempo.
Mi esposa me agarró por el brazo, pero ya no pude oír ni hablar. Lois se adelantó a Bill, que se movía lentamente y trataba de decir algo a Joe; Kay dijo que estaba renunciando pertenecer al nuevo templo. Se cerró la niebla. Kay llevó a Lois y a Bill de regreso a Brooklyn en un coche prestado. De alguna manera y con gran esfuerzo, Bill y yo llegamos a la oficina al día siguiente; entonces estábamos mucho más jóvenes. Joe nos dio la bienvenida y comentó, '¿Qué creen? Algún gorrón de la gente que invitamos se robo champaña y rompió algunas botellas en el cuarto de baño. ¡Imagínense a nuestra propia gente actuando de esa manera!'.
Bill tenía la facultad de seguir adelante con su trabajo sin revelar que algunas veces estaba bastante borracho. Nunca se tambaleaba, aunque en ocasiones lo vi moverse un poco de un lado a otro como si le pegara una ráfaga de viento.
Antes que terminara la Prohibición, nos reuníamos en una variedad de cantinas llamadas 'speakeasis' (expendios clandestinos de bebida), como el Steam Club, el Busto's y cantidad de otros que ahora he olvidado. Ha pasado casi medio siglo, pero todavía puedo ver a Bill llegando con lentas zancadas - nunca se apresuraba - al Ye Old Illegal Bar (Tu propio bar ilegal), en una tarde, helada y mirando con solemne dignidad hacia el montón de botellas detrás de la barra que contenía raras bebidas importadas, recién salidas del puerto de Hoboken. Una vez, en la estación del metro de Whitehall, no lejos de Busto's, Bill rodó por las escaleras. El viejo sombrero café permaneció en su sitio, pero envuelto en ese largo abrigo, parecía un barco hundido en la plataforma del metro. Recuerdo cómo se iluminó su cara cuando, del enredo de sus ropas pescó un cuarto de ginebra que no se había roto.
Otra vez, posteriormente, en 1934, hicimos algunas rondas y nos dimos cuenta de que estábamos cortos de dinero; es decir, Bill estaba corto, ya que yo no tenía nada. como consecuencia de gastar todos los billetes, había acumulado muchas monedas de cinco, diez y veinticinco centavos. Esto era grave, pues apenas empezaba la tarde, así que tomamos un taxi a Brooklyn y nos detuvimos en la tienda de departamentos Loeser's. Ahí estaba trabajando Lois, la siempre devota esposa de Bill, igual que mi abatida esposa Kay lo hacía en Macy's, mientras él y yo nos mantuviéramos sobre nuestros pies, por así decirlo.
Fue un poco peliagudo pagar el taxi con toda clase de monedas, y después de dejar caer varias en la banqueta, Bill vertió en el taxi una lluvia de ellas y lanzó un discurso de algo así como que tiene más bendiciones el que recibe que el que da. Lois nos vio caminar por el pasillo y su cara se alargó una milla. Después de un intercambio de susurros, Lois fue a algún lugar y regresó con su cartera. Nunca me sentí más insolvente, primero el último dólar de Bill, ahora probablemente el de ella. Fuimos a su apartamento en Brooklyn Heights, cerrando así un día difícil y con matices emocionales, abrimos una botella recién comprada. Me senté al piano y aporreé los primeros compases de algo en la bemol; nunca había tocado tan bien, según creí; mientras, Bill sacaba un violín de alguna parte de la pared y se unía a mí en un ruido estruendoso, hasta que Lois llegó y tranquilizó las cosas.
Sin embargo, ahora la pretensión de sobriedad se derrumbó gradualmente. En la oficina, especialmente Joe, comenzaron a fijarse en Bill con preocupación. su asignación final fue una muy importante en Canadá; salió a Montreal por ferrocarril, con la acostumbrada seguridad en sí mismo, y lo siguiente que supimos de él fue por un telegrama de Bill diciendo que estaba en la cárcel en la frontera canadiense; Joe saltó hasta el techo y su secretario se fue a la frontera para arreglar las cosas con la ley: algo relacionado con los términos de 'muy borracho y desordenado'. 'Tiene que haber un error', afirmé, 'no puede tratarse de él. De vez en cuando podrá tomarse un vaso de cerveza con la comida, ¿pero intoxicado públicamente? ¡Nunca!' Busqué otro trabajo.
Meses después, recibí un par de delirantes cartas desde Green River, Vermont, en donde Bill se había vuelto ahora tan nativo como Thoreau. Estaba acampando en una tienda, en el terreno de su cuñado y empezando una cruzada contra la administración del New Deal y F. D. Roosvelt. No puedo decir que en esto estuviera involucrado algún licor de manzana, pero no sonaba como una buena manera de pensar de whisky".
Joe Hirshhorn recordó con gran aprecio tanto a Bill como a Clint. A éste lo describió como "un muchacho listo y un hombre excelente" y no recordaba que hubiera tenido un problema de bebida. Bill era otra cosa. "Era terrible, era un alcohólico, pero me agradaba. Era uno de los más brillantes analistas de acciones en Wall Street; había muchos analistas por ahí, pero no sabían qué diablos estaban haciendo. Bill era un hombre muy meticuloso y yo lo admiraba y me agradaba, era brillante y le ayudé. Sabes, solía emborracharse horriblemente enfrente de [nuestra oficina en] el 50 de Broad, y un par de los muchachos y yo íbamos y lo traíamos. Yo tenía una oficina grande, lo poníamos en el sofá y dejábamos que se secara".
Dijo Hirshhorn que Bill había quedado por los suelos con otros por causa de su manera de beber, ya que hacía promesas a mucha gente, y luego, después de algunos días, se emborrachaba otra vez. "Podía caerse en la calle o en el vestíbulo de un edificio. Los avergonzaba muchos".
Hirshhorn manifestó que en 1933 probablemente era uno de los pocos en Wall Street que todavía tenía algo que ver con Bill, pero los tratos que hacía con él le producían utilidades: "Me dio un informe sobre ciertas acciones que subieron de 20 a aproximadamente 200 y poco de dólares", afirmó Hirshhorn.
Bill y Lois continuaron viviendo en el 182 de Clinton Street, en el apartamento que el Dr. Burnham había construido para su esposa en el segundo piso, ya que el doctor, al volverse a casar en mayo de 1933, se había cambiado. Lois continuó trabajando en Macy's, en donde tenía un salario semanal de 22.50 dólares, más un pequeño porcentaje de comisión sobre las utilidades.
Este fue el período más oscuro de su vida juntos. "A veces robaba dinero de los escasos fondos de mi esposa, cuando me invadían el terror y la locura de la mañana. Una vez más vacilaba alocadamente ante una ventana abierta o del gabinete de las medicinas en el cual había veneno, acusándome de mi debilidad de carácter. Hubo viajes rápidos de ida y vuelta al campo, conforme mi esposa y yo buscábamos el escape. Luego, vino la noche en que la tortura física y mental fue tan infernal, que temía tirarme por la ventana, con todo y marco . . . Llegó un doctor y me dio un sedante fuerte . . . La gente temía por mi cordura, y yo también".
Hubo veces en que Bill permanecía sin beber o hacía otros intentos determinados para dejar de beber. Una vez, Lois obtuvo de Macy's un permiso de ausentarse durante tres meses y pasaron el verano en Vermont, en la granja del Dr. Leonard Strong y su esposa, que era la hermana de Bill. Este trabajó arduamente en el campo todo el verano, pero tan pronto como regresaron a Brooklyn, volvió a beber. El y Lois tuvieron largas discusiones al respecto; él estaba haciendo un esfuerzo desesperado para dejar la bebida.
A finales de 1933, ambos estaban perdiendo la esperanza, ya que todos los esfuerzos habían fracasado, y en particular se desilusionaron cuando empezó a beber de nuevo, después del verano en el campo. Además de Lois y su padre, quedaban otras dos personas que todavía lo apoyaban: su hermana Dorothy y el esposo de ésta que, al igual que la madre de Bill, era un osteópata. Con frecuencia, el Dr. Strong trataba a Bill de sus terribles crudas y discutían los problemas de éste.
Leonard fue quien finalmente hizo los arreglos para la admisión de Bill en el Hospital Charles B. Towns en Central Park.
El Towns lo dirigía el Dr. William Duncan Silkworth, el hombre que iba a tener profunda influencia en Bill. "Cuando salí de la neblina esa primera vez, lo vi sentado al lado de mi cama y parecía fluir de él una corriente, cálida y grande, de bondad y comprensión; eso lo pude sentir de inmediato, aunque escasamente dijo una palabra. Era muy delgado y estaría llegando a los 60, yo diría. sus compasivos ojos azules me captaron con una mirada; un cabello en desorden de un blanco puro le
daba el aspecto de ser de otro mundo. En ese momento, confuso como estaba, pude sentir que sabía lo que me aquejaba".
Se calcula que más de un millón de estadounidenses tenía acciones al margen durante el verano de 1929. Ver, de Frederick Lewis Allen, "Sólo Ayer". Harper and Brothers, 1931, págs. 309-337.

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