sábado, 24 de abril de 2010

Capítulo Cinco

En el otoño de 1933, cuando Bill estuvo en el Hospital Towns por primera vez, a la aflicción del alcoholismo, por lo general, se veía como un misterio y una vergüenza terrible. Un alcohólico casi no podía esperar recibir comprensión o piedad; mientras que algunos decían que el alcoholismo era un pecado, otros lo veían como una mala conducta deliberada, y daban su asentimiento a las leyes que mandaban a los alcohólicos a la cárcel, convictos por ser "borrachos habituales". Incluso, el país había sufrido a lo largo de un experimento dislocador con la Prohibición nacional, en un intento de refrenar la borrachera mediante la prohibición del licor. Irónicamente, fue en esos años de la Prohibición cuando bebieron más Bill, el Dr. Bob y otros pioneros.
Generalmente, los expertos están de aucerdo en que, probablemente durante la Prohibición, descendió el consumo de alcohol. No obstante, a causa del enorme contrabando, tráfico ilegal y otras operaciones que fueron respuestas a la Prohibición, al "noble experimento" se le consideró un fracaso.
El Hospital Towns, en el 293 de Central Park West, Ciudad de Nueva York, había sido una instalación elegante y cara para tratar a los alcohólicos en el decenio de 1920; Bill recordó que de esos lugares era uno de los que tenía mejor reputación. También recordaba a su propietario, Charles B. Towns: un hombre alto, perfectamente proporcionado y algo así como un prodigio físico. "Irradiaba una vitalidad animal que caía sobre la gente como una tonelada de ladrillos. Tenía una gran fe en la gimnasia, pasándose alrededor de dos horas diarias en el Club Atlético de Nueva York".
Cuando Bill describió al Towns como "un hospital de renombre nacional para la rehabilitación mental y física de los alcohólicos", no estaba exagerando; aunque, algún otro que lo recordó, lo describió simplemente como un lugar en donde a los alcohólicos "se les purgaba y los ponían tontos". Probablemente la purga era el efecto de dosis liberales de aceite de ricino que se daba a los pacientes, junto con belladona. El tratamiento con belladona en el Towns lo había desarrollado el Dr. Sam Lambert, un médico de Nueva York de buena reputación, pero el jefe del personal médico, el Dr. Silkworth, fue quien, con el tiempo, llegaría a tener le impacto más importante en el tratamiento del alcoholismo.
Graduado en Princeton, William Duncan Silkworth tenía grado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York-Bellevue. Silkworth se convirtió en un especialista en neurología, convino que algunas veces coincide con la psiquiatría. cuando practicaba la medicina por su cuenta, adquirió una "pequeña competencia" en la década de los veinte y la invirtió en la suscripción de unas acciones para un nuevo hospital privado. A esta inversión acompañaba la promesa de un puesto excelente en el personal, pero todo, incluidos sus ahorros, lo arrastró el colapso en 1929.
"En la desesperación, hizo contacto con el Hospital Towns. La paga era exigua, creo que algo así como 40 dólares a la semana y el hospedaje", explicó Bill, pero la llegada de Silkworth al Hospital Towns fue un momento decisivo en la vida del doctor. "Me contó como al ver el triste naufragio que flotaba por todo el lugar, había intentado hacer algo al respecto. Aún ante mí, admitió la gran desesperanza de la situación de los que iban y sufrían esa calamidad". Pero había ciertos casos que mostraban la esperanza de recuperarse y Silkworth se entusiasmó cuando le habló a Bill de ellos. El pequeño doctor había olvidado todo lo referente a la fama y la fortuna. "¿Qué podía hacer respecto al alcoholismo? Esa era la cuestión. Todos esos millones con ese mal misterioso de la mente, las emociones y el cuerpo".
Cuando llegó Bill, el Dr. Silkworth describió su teoría como sigue: "Creemos . . . que la acción del alcohol sobre . . . el alcohólico crónico es la manifestación de una alergia; que el fenómeno obsesivo se limita a esta clase y nunca acontece en el bebedor moderado común. 2 Estos tipos alérgicos nunca pueden utilizar sin correr riesgos el alcohol en cualquier forma en lo absoluto, y una vez que han formado el hábito y se dan cuenta de que no pueden romperlo, una vez que han perdido la confianza en sí mismos y en los seres humanos, sus problemas se acumulan y se vuelven asombrosamente difíciles de resolver".
Embelesado, Bill escuchaba a Silkworth conforme explicaba su teoría. Por primera vez en su vida, Bill estaba oyendo hablar del alcoholismo, no como una falta de fuerza de voluntad, ni como defecto moral, sino como enfermedad legítima. La teoría del Dr. Silkworth - singular en su tiempo - consistía en que el alcoholismo era la combinación de esta misteriosa "alergia" física y la compulsión por beber; que el alcoholismo no podía ser "derrotado" por la fuerza de voluntad como tampoco lo podía ser la tuberculosos. El alivio de Bill fue inmenso.
No sólo fue la poco común teoría del doctor la que impresionó a Bill, sino también su evidente amor a la gente, su manera especial de interesarse. "Durante su vida, el doctor iba a hablar con 50,000 casos, pero ninguno de ellos era un caso, todos eran seres humanos. Cada uno de ellos era algo muy especial e instantáneamente lo percibí. Tenía una manera de hacerme sentir que mi recuperación significaba todo para él, que le importaba mucho. Este hombre no era un gran doctor en Medicina, sino un muy gran ser humano".
El Hospital Towns, en la ciudad de Nueva York, fue el escenario del despertar espiritual de Bill y sus posteriores intentos de que los borrachos dejaran de beber.
Ahora, al fin Bill estaba seguro que había encontrado la respuesta a su problema de bebida. "Cuando salí del Hospital Towns era un hombre nuevo. Nunca olvidaré ese primer valor y alegr??ia que surgieron en mí cuando, abrí la puerta del 182 de Clinton Street, en Brooklyn. Abracé a Lois; nuestra unión se había renovado; su color era mucho mejor, su paso elástico. Al visitarme cada noche había visto en mí el valor y el espíritu de recuperarme, y ella también había hablado con el doctor. Esto sí eera real, y de eso, los dos estábamos seguros".
A causa de que ahora comprendía lo que sucedía de que ahora sabía que era un alcohólico y que no podía tomar un trago sin correr riesgos, Bill creyó que había encontrado su salvación; el conocimiento de sí mismo dictaba la abstinencia total, y ahora que lo sabía . . . desde luego, ¡el problema estaba resuelto! También Lois creía que había vencido el problema. "Puso flores en la casa; había de todo lo que me agradaba comer; no cesaba de hablar acerca de los fines de semana maravillosos que nos esperaban, de cómo iríamos de campamento a Palisades, y quizá alquilaríamos en Yonkers una lancha de remos como lo hicimos una vez; cortaríamos palos para mástiles, en los cuales izaríamos una toalla de baño, como lo hicimos alguna vez, navegando libremente empujados pro el viento. Había reunido toda clase de juegos, pequeños juegos tontos, a los que jugaríamos ora vez y seríamos niños felices. Sí, la vida empezaría de nuevo y de verdad que ambos lo creíamos en lo más profundo".
Ficha del alta final de Bill del Hospital
Towns en 1934.
No está claro cuánto tiempo permaneció Bill sin beber; él creía que fueron de dos a cuatro meses, pero Lois aseguraba que fue "alrededor de un mes". El pensó posteriormente que estaba nublado su recuerdo de esa época, por la devastadora desilusión que le llegó cuando volvió a beber. su regreso a la bebida también fue una gran decepción para Silkworth, ya que había respondido tan bien al tratamiento.
Los Wilson fueron de nuevo al campo, pero la segunda vez no fue, ni con mucho, tan buena como la primera. Lois, al faltarle el valor para pedir un segundo permiso en Macy's, dejó su trabajo en 1934 con objeto de llevar a Bill.
El primer día de pesca en Vermont, encontró a un hombre con una botella, el cual, por supuesto era generoso, y Bill se emborrachó otra vez.
Tuvo que ir a Brattleboro para que le arreglaran los dientes, y como no tenía coche, tomó el del correo, que era la única alternativa de transporte. En lugar de pagar al dentista, Bill compró una botella, que compartió con el chofer al regreso a casa y esto sucedió un buen número de semanas consecutivas. Un día en que Bill era el único pasajero, para mostrar su agradecimiento, el chofer lo llevó por la larga cuesta que iba desde la carretera a la casa; se estaba derritiendo el hielo en el suelo y pronto se atascó el coche en el lodo; los caballos de los vecinos lo tuvieron que sacar, jalándolo.
Luego, Lois se lastimó un ligamento de la rodilla y tuvo que quedarse en cama durante tres semanas. Durante ese tiempo Bill permaneció en casa sin hacer nada, lo que a ella causó doble agonía, pues yacía inutilizada en el sofá y observaba a Bill, medio borracho, llevando una lámpara de queroseno encendida, inclinándose a uno y otro lado, subirse por la empinada escalera abajo del techo. Un paso en falso y la casa empezaría a incendiarse.
Cuando arreglaron los dientes a Bill, dejó de ir a Brattleboro y, por tanto, de beber licor; después de eso, permaneció sin beber y llegó a ser buena compañía: El resto de su estancia fue un éxito; escribió varios artículos sobre finanzas y economía, pero característicamente, nunca los mandó a editor alguno.
Cuando llegó el verano y ambos se sintieron más fuertes, decidieron regresar a la ciudad. También tenían que ganar algún dinero.
Lois describió las consecuencias de su regreso: "poco después de la llegada a Clinton Street, mi esposo, que había sido mi diaria compañía en Vermont, se volvió un borracho embrutecido por el licor que no se atrevía a dejar la casa por miedo a que lo agarraran los encapuchados de Brooklyn o la policía".
Bill terminó en el Towns por segunda vez; pero al dejarlo en absoluto tenía la confianza en sí mismo que había seguido a su primera salida. Ahora se daba cuenta de que nada podía evitar lo que más tarde llamaría la "locura insidiosa" de tomar el primer trago.
El terror, el odio a sí mismo y los pensamientos suicidas se convirtieron en su constante compañía. en un estado de tortura continua, física y emocional, Bill estaba loco a causa del alcoholismo. La muerte le parecía el único escape de su agonía; una y otra vez pensaba en el suicidio, por veneno, saltando por la ventana. Las narraciones difieren respecto a si fue Lois o él quien arrastró el colchón escaleras abajo de manera que pudiera dormir en donde no hubiera una ventana como las del piso superior que lo tentara a saltar. Haría "un esfuerzo inmenso por lograr dejar de beber, que trabajaba cruda tras cruda, sólo para durar cuatro o cinco días, o quizá uno o dos. Durante las horas de la noche, me llenaba de horror, porque cosas como culebras plegaban la oscuridad y algunas
veces, en el día, danzaban imágenes misteriosas en la pared. Lois me cuidaba durante las crudas".
El Dr. William D. Silkworth, "el pequeño doctor que amaba a los borrachos", convenció a Bill de que el alcoholismo es una enfermedad.
A mediados del verano de 1934, estaba de regreso en el Towns. "Creo que en esta ocasión mi cuñado Leonard Strong me ayudó de manera especial", dijo Bill. "Me pasé tres o cuatro días recuperando alguna apariencia de mis facultades. Luego se estableció la depresión.
Una noche caliente del verano, Lois llegó a verme y después habló con el doctor. En el piso de abajo, empezó a hacerle las preguntas que las esposas de los alcohólicos se plantean con el tiempo: '¿Qué tan malo es esto? ¿Por qué no puede detenerse? ¿Qué le ha sucedido a la tremenda fuerza de voluntad que tuvo alguna vez? ¿Hacia dónde, sí, doctor, hacia dónde nos encaminamos?' Y por último: '¿Qué se puede hacer ahora? 3 ¿A donde vamos a partir de aquí?'.
Por supuesto, el hombrecito estaba acostumbrado a preguntas como éstas, ya que se las hacían todos los días, pero como me dijo después, siempre lastimaban. Era difícil decir la verdad sin paliativos pero, con su modo amable, el anciano finalmente se la dijo. 'Al principio pensé que Bill podría ser una de las excepciones; debido a su gran deseo de dejarla, a su carácter e inteligencia, pensé que podría ser uno de esos pocos. Pero ahora su hábito de beber se ha convertido en una obsesión, demasiado profunda para que la supere, y el efecto físico en él también es muy serio, porque está mostrando síntomas de daño mental. Esto es cierto, aún cuando no ha sido hospitalizado muchas veces. En realidad, temo por su cordura si sigue bebiendo'.
Entonces", dijo Bill, "Lois le preguntó: '¿Exactamente que quiere decir esto, doctor?'.
El anciano respondió lentamente: 'Quiere decir que tendrá que recluirlo, encerrándolo en algún lugar, si es que va a permanecer cuerdo, o incluso vivo. Posiblemente no podrá continuar otro año de esta manera'.
Esta era mi sentencia, aunque ninguno de ellos me lo dijo en tantas palabras", recordó Bill, "pero no necesitaba que me lo dijeran, ya que en mi corazón lo sabía. Este fue el final de la línea. Llegué a estar mucho más asustado, confuso y desconcertado que nunca. Durante largas horas, pensé sobre mi vida pasada; ¿cómo y por qué pude haber llegado a esto? Excepto por mi manera de beber, Lois y yo habíamos tenido juntos una vida maravillosa, toda mi carrera había estado llena de emociones e interés y, no obstante, aquí estaba, endemoniado por una obsesión que me condenaba a beber contra mi voluntad y por una sensibilidad corporal que, en el mejor de los casos, me garantizaba la locura.
Esta vez, dejé el hospital realmente invadido por el terror. Evité tomar teniendo un extremo cuidado de buscar sugerencias, de repasar una y otra vez los consejos y la información que me dio el Dr. Silkworth. Gradualmente, las semanas se volvieron meses; poco a poco, cobré ánimo; incluso fui a Wall Street y conseguí hacer unos tratos de poca importancia que llevaron a casa algún dinero, y se empezó a restaurar la muy destrozada confianza que tenían en mí uno o dos de los amigos que tenía ahí. Las cosas se veían mejor, mucho mejor".
Bill iba a tener una última y gran batalla contra la bebida, que sería una batalla sangrienta, pulverizante. Empezó el Día del Armisticio.
"El miedo se iba volviendo más intenso y no me tenía que esforzar mucho para resistir. Empecé a hablar a la gente acerca del alcoholismo y, cuando me ofrecían un trago, les daba la información como defensa y también como una justificación de mi conducta anterior. La confianza iba aumentando.
Transcurría el Día del Armisticio en 1934. Lois tenía que ir a la tienda de departamentos en Brooklyn en donde trabajaba; pensé en ir a jugar golf, no lo había jugado desde hacía mucho. La cartera de la familia tenía poco dinero, así que sugerí a Lois que yo podría ir a Staten Island, en donde había un campo de golf público. No pude ocultar del todo su recelo, pero se las arregló para decir alegremente: 'Claro, por favor, ¡será maravilloso!' Pronto crucé el río en el transbordador y me encontré sentado en el autobús, al lado de un hombre con un rifle para tirar a blancos volátiles. Eso me trajo el recuerdo de aquel Remington de un sólo cartucho que me regaló mi abuelo cuando tenía 11 años, y empezamos a hablar de la tirada.
Repentinamente, chocó con el nuestro un autobús que venía detrás; el impacto no fue grande, no hubo mucho daño y mi amigo y yo nos bajamos al pavimento a esperar el próximo. Todavía estábamos hablando de las armas de tiro, cuando nos dimos cuenta de algo que se parecía a las tabernas clandestinas. Me dijo. '¿Qué tal un traguito?'.
Respondí, 'Excelente, vamos'. Entramos al lugar y ordenó un escocés; sin forzarme, ordené un ginger ale.
'¿No bebes?' me dijo.
'No', le respondí, 'soy una de esas personas que no puede manejarlo', y luego hablé largamente de la alergia y la obsesión, entre otras cosas; le conté acerca de la época terrible que pasé con el licor y cómo había terminado con él para siempre. Con mucho cuidado le expliqué toda la enfermedad.
Pronto estuvimos sentados en otro autobús que nos bajó en frente de una taberna del campo, ya muy adentro de la isla. Yo iba al cercano campo de golf y él iba a tomar otro autobús hacia al campo de tiro. Pero
era mediodía, así que dijo: 'Entremos y comamos un sandwiche; además, me agradaría tomar un trago'. Nos sentamos en la barra; como ya he dicho, era el Día del Armisticio y el lugar estaba repleto, al igual que los clientes; llenaba la sala el murmullo familiar de un gentío que está bebiendo. Mi amigo y yo continuamos nuestra plática, todavía sobre el asunto del tiro. Sandwiches y ginger ale para mí, sandwiches y otro trago para él.
Ya casi estábamos dispuestos a irnos cuando mi mente se regresó al Día del Armisticio en Francia, a todo el éxtasis de aquellas horas. Recordé cómo habíamos ido todos al pueblo; ya no oía lo que decía mi amigo. De pronto, el cantinero, un irlandés voluminoso y rubicundo, se puso frente a nosotros con aspecto radiante; en cada mano tenía un trago. 'Tomen una por cuenta de la casa, muchachos', gritó, 'es el Día del Armisticio'. Sin dudar un instante, tomé el vaso de licor y me lo bebí.
Mi amigo me miró horrorizado. 'Dios mío. ¿Es posible que te puedas tomar un trago después de lo que acabas de decirme? Debes estar loco'.
Y mi única respuesta fue: 'Sí, lo estoy'.
A la mañana siguiente, alrededor de las cinco, Lois me encontró inconsciente en el vestíbulo del 182 de Clinton Street. Me había caído contra la puerta y estaba sangrando mucho de una herida profunda en el cuero cabelludo. En mi mano todavía aferraba el asa de la bolsa de los palos de golf. Cuando recuperé la conciencia, no se dijo gran cosa; en realidad, no había nada qué decir. Ambos tocamos el fondo más bajo de todos los tiempos".
Después del fracaso del Día del Armisticio, Bill se metió sin esperanza ni ánimo en una especie de borrachera continua, sin fondo; ya no hacía ningún intento de salir de la casa, excepto para responder sus existencias; se pasaba el tiempo escribiendo cartas insultantes o sarcásticas a personas importantes cuyas políticas desaprobaba. Los políticos eran sus blancos favoritos, en particular el Presidente Roosevelt.
Así se encontraba Bill en una inhóspita mañana de noviembre de 1934, cuando sonó el teléfono. Tomó el auricular y escuchó la voz familiar de su buen amigo de bebida Ebby T. No se había visto desde hacía cinco años, cuando juntos "inauguraron" el aeropuerto de Manchester.
Ebby estaba en Nueva York y había oído sobre la última dificultad de Bill. ¿Podría ir a Brooklyn para verlo?
Dos noches después, Ebby y Bill estaban sentados ante la mesa de la cocina en Clinton Street 182; entre ellos estaba una jarra de ginebra y jugo de piña, pero Bill estaba bebiendo solo. (A éste no agradaba mucho el jugo de piña con su ginebra, pero pensó que Lois se disgustaría menos si llegaba y los encontraba bebiéndola sola).
Ebby se veía diferente; tenía un nuevo aspecto y Bill notó en el momento que, en la puerta, dio la bienvenida a su amigo. Secretamente se había alegrado de no tener que compartir su preciosa ginebra, y también se encontraba sorprendido. Surgió su curiosidad y le preguntó: "Ebby, ¿qué es lo que te pasa? ¿Qué significa todo esto?
Mirando directamente a Bill a través de la mesa, Ebby respondió: "Tengo religión ".
Posteriormente, Bill dijo que muy bien Ebby podría haberlo golpeado en la cara con un estropajo mojado. "Tengo religión" era la última cosa que le interesaba a Bill, aunque algunos años antes había hecho un intento de estudiar Ciencia Cristiana, como ayuda para fortalecer su fuerza de voluntad.
A pesar de todo, evidentemente a Ebby le estaba funcionando la religión. Lo último que Bill había oído de Ebby era que estaba a punto de ser internado en el manicomio del Estado en Brattleboro en lugar de eso estaba ahí en la propia cocina de Bill, sobrio y mostrando una confianza que no había exhibido en años. Bill tenía que saber más.
Lo que Ebby contó a Bill esa noche fue una historia dramática, casi increíble.
Durante más de cinco años, a partir de que ambos habían hecho su famoso vuelo en aeroplano al nuevo aeropuerto de Manchestar, Ebby, al igual que Bill, se había estado deteriorando. "En Albany tuve que ser reprendido varias veces por las autoridades locales [por] beber demasiado". "Mi hermano era un hombre prominente en la ciudad y no le estaba haciendo ningún bien, así que, en el otoño de 1932, salí de Manchester y viví en la posada Battenkill Inn, aproximadamente durante dos años. Y por supuesto, ahí la bebida siguió aumentando de la misma manera".
El propietario de la posada estaba preocupado por Ebby. Justo antes de Navidad, mandó a su propio hijo y a Ebby a las montañas, a una de las cabañas vacantes de la compañía maderera local, para trabajar en los alrededores y ayudar a mejorar el Sendero de la Montaña Green. "Con los galgos hicimos algunas cacerías de conejos, fuimos y trazamos senderos y alguno de los muchachos iba con nosotros los fines de semana". Recordó Ebby. "Ahí no había licor, aunque en el camino de ida compré dos medios litros de ginebra que consumí la primera noche y eso fue todo lo que tomé".
Permaneció en las montañas durante seis meses, todo el tiempo sin beber. Al regresar a Manchestar, continuó sin beber durante otros dos o tres meses, "cuando me caí otra vez del tren de la sequedad". Mientras tanto, su amigo el posadero había muerto de un ataque al corazón.
Ebby se mudó a un campo turístico y después, a solicitud de uno de sus hermanos, volvió a abrir la casa de la familia. Ya no estaba la mayor parte de los muebles, pero fue capaz de arreglar su propio dormitorio de la infancia, y ahí se quedó, "bebiendo mucho, viviendo solo y cavilando melancólicamente, pensando en cosas todo el tiempo".
Tenía razón para cavilar, el dinero de la familia se había ido y la casa vacía era un triste recuerdo de lo que había sido una vez. Quizá en un intento de restaurar las cosas a su anterior condición, decidió pintar la casa. "Teníamos ahí una escalera de buen tamaño; pero, por la bebida, estaba tan tembloroso, que no podía hacerlo. Estaba bien en los tres o cuatro primeros peldaños de la escalera, pero a partir de ahí, no podía hacer nada".
En julio de 1934, mientras Ebby estaba intentando terminar su trabajo de pintura, llegaron a verlo unos amigos. "Habían oído que yo estaba mal", recordó Ebby. "Ya había tenido roces con la ley un par de veces y en cada ocasión me había multado con cinco dólares. Se me dijo que si se me volvía a arrestar, podría irme mal: seis meses en la prisión de Windsor".
Dos de los visitantes de Ebby, Shep y Cebra, alguna vez habían bebido mucho con Ebby; pero ahora, "dijeron que habían ido corriendo al Grupo Oxford y oído ahí algunas cosas muy sensatas, basadas en la vida de Cristo, de los tiempos bíblicos", expresó Ebby. "Realmente era un movimiento más espiritual que religioso; escuché lo que tenían que decirme y me impresioné mucho, ya que era lo que me habían enseñado cuando era niño y que internamente creía, pero que había dejado a un lado".
La que hizo impresión más profunda en Ebby, fue la experiencia del tercer visitante, Rowland H Era de una familia prominente de Rhode Island, propietaria de molinos, y más tarde llegó a ser uno de los directores principales de una compañía de productos químicos. "Me impresionó mucho su carrera de bebedor, que consistió en borracheras prolongadas, en las que viajó por todo el país; y también me impresionó el hecho de que era buen tipo. La primera vez que fue a verme me ayudó a limpiar el lugar; todo era un enredo y me ayudó a ordenarlo, y permaneció conmigo desde el principio hasta el final".
Rowland estaba tan preocupado acerca de su propia manera de beber que se fue a Suiza a ponerse bajo los cuidados de Carl Jung, el psiquiatra. Este lo trató alrededor de un año, pero cuando dejó a Jung, pronto se emborrachó. Regresó a él para un tratamiento más, pero le dijo que sería inútil. En la opinión de Jung, lo único que ahora podía ayudar a Rowlan a liberarlo de su adicción era un "Despertar espiritual". Cuando Rowland alegó que ya creía en dios, Jung le respondió que creer no era suficiente; con objeto de tener la experiencia religiosa vital que él, Jung, creía que se necesitaba, sugirió a Rowland que se aliara a algún movimiento religioso. Este, impresionado por la sencillez de las primeras
enseñanzas del Cristianismo como las recomendaba el Grupo Oxford, se volvió uno de sus miembros y, por medio de esa alianza, encontró la sobriedad que había buscado tanto tiempo y tan arduamente.
Rowland, afirmó Ebby, había tenido una adoctrinación completa (en las enseñanzas del Grupo Oxford). "De éstas me transmitió todo lo que pudo. Se sentaba y trataba de que elimináramos cualquier pensamiento del mundo material y elimináramos cualquier pensamiento del mundo material y viéramos si podíamos encontrar el mejor plan para nuestras vidas para ese día y siguiéramos cualquier guía que nos llegara".
Rowland grabó en él los cuatro principios del Grupo Oxford: honestidad absoluta, pureza absoluta, desinterés absoluto, amor absoluto. "En particular recomendaba fuertemente la honestidad absoluta", dijo Ebby; "honestidad contigo mismo, honestidad con tus semejantes, honestidad con Dios. Y él mismo seguía estas cosas y, de esa manera, con su ejemplo me hizo creer en ellas otra vez como cuando era joven".
Ebby fue capaz de completar de pintar la casa con la ayuda de un contratista local (que probablemente pagó el hermano de Ebby). Cuando estuvo terminada, no tenía nada qué hacer. "Me fui derecho de regreso a la botella", expresó.
"Un día estaba lloviendo mucho y se me ocurrió ver hacia afuera y vi cuatro o cinco pichones que habían descendido sobre el techo. No me gustó - por la pintura reciente - así que tomé la escopeta de dos cañones y salí. El pasto estaba resbaloso, ya que había estado lloviendo mucho; me senté y desde esa posición, empecé a disparar sin interrupción sobre los pichones. A los vecinos no les gustó y se quejaron a alguien, así que al día siguiente, me fueron a buscar, pero estaba profundamente dormido y no pudieron agarrarme".
Al otro día, al arrestarlo, llevaron a Ebby al juzgado en Bennington y le ordenaron que se presentara de nuevo el lunes siguiente. En este momento fue cuando Rowland intercedió ante el juez y le dijo que él, Rowland, sería el responsable de Ebby.
Con la ayuda de Rowland, Ebby cerró la casa familiar en Manchestar y, durante un tiempo, estuvo de huésped en la casa de Rowland en Shafisbury, a 25 kilómetros al sur de Manchestar; luego fue a vivir a la Ciudad de Nueva York, en donde se quedó con Shep durante un tiempo y después se fue a vivir con uno de la "hermandad", que dirigía la Misión Episcopal del Calvario en la Calle 23. Mientras estaba hospedado ahí y trabajando con el Grupo Oxford, se enteró de la situación desesperada de Bill.
Bill escuchó atentamente cuando Ebby habló del cambio que había llegado a su vida. Como lo recordó Bill, Ebby subrayó especialmente la idea de que había estado sin esperanza. "Me dijo cómo se había vuelto honesto acerca de sí mismo y de sus defectos, cómo había estado
haciendo restituciones en dónde era debido, como había intentado practicar un dar que se caracterizaba por no exigir nada en pago para uno mismo", manifestó Bill. "Luego, corriendo mucho riesgo, tocó el tema de la oración y de Dios; dijo francamente que esperaba que me desanimara ante esos conceptos". Pero Ebby prosiguió diciendo que cuando había intentado la oración, incluso experimentalmente, el resultado era inmediato: No sólo había sido liberado de su deseo de beber - algo muy diferente de estar en el tren de la sequedad - había encontrado la paz mental y una felicidad de una clase que desde hacía años no experimentaba.
Ebby había narrado su sencilla historia, sin una pizca de evangelismo. Aunque Bill continuó bebiendo, la visita de Ebby ocasionó que algo cambiara dentro de él. "Lo bueno de lo que había dicho se adhirió a mí tan bien que, a partir de ahí, en ningún momento que estuve despierto pude apartar de mi mente a ese hombre y su mensaje", recordó. Pronto estuvo hablando con Lois acerca de la visita de Ebby, al llegar ella a casa después del trabajo.
Conforme pasaban los días, Bill continuó bebiendo y se trabó en un diálogo interior consigo mismo. Admitió que, para él, tenía sentido un inventario despiadado, sin importar lo difícil que pudiera ser esa honestidad, pero la plática de Ebby sobre Dios contradecía todo aquello en lo que Bill creía. Recordó los momentos de gran intensidad espiritual - uno de ellos era la experiencia en la Catedral de Winchestar - pero no podía aceptar lo que enseñaban las organizaciones religiosas del mundo.
El único hecho que no podía negar - y al que no podía escapar - era que Ebby estaba sobrio, mientras que él, Bill, estaba borracho.
Ebby regresó pocos días después y trajo con él a Shep C. Este, un miembro activo del Grupo Oxford, le entregó a Bill un mensaje sin rodeos: "Me dio del Grupo Oxford, agresivamente y con toda la fuerza que él tenía y esto no me gustó en lo absoluto. Cuando se fueron, tomé la botella y de verdad la desquité", expresó Bill. Secretamente se preguntaba qué tan bebedor había sido en realidad Shep.
Para Bill, el momento de decisión llegó una tarde a principios de diciembre. En un estado de ánimo sensiblero, de lástima por sí mismo, decidió hacer su propia investigación de la misión de Ebby, en la Calle 23. Salió del metro lejos de la misión y en su camino hacia ella tuvo que pasar frente a varios bares; así que hizo varias paradas y, a la caída de la noche, estaba bebiendo con un finlandés llamado Alec. "Dijo que en su país había sido fabricante de barcos y también pescador", recordó Bill. "De alguna manera, la palabra 'pescador' me volvió a la realidad y recordé la misión, ya que ahí encontraría 'pescadores de hombres'. Pareció ser una idea maravillosa".
El destino de Bill era la Calle 23 Este 246, cerca de la esquina suroeste de la segunda Avenida. Era la misión de rescate dirigida por la Iglesia del Calvario de Sam Shoemaker, en la Cuarta Avenida (llamada ahora Park Avenue South) y la Calle 21 Este, cerca de Gramercy Park. La iglesia también dirigía un muy respetable albergue llamado Casa del Calvario, anexo a la iglesia misma; pero, el de la Calle 23, era el que tenía por objeto ayudar a los desamparados. (Entre 1926 y 1936, se dice que más de 200,000 hombres visitaron la misión). Los hombres sin hogar, que se albergaban y alimentaban ahí, se llamaban a sí mismos "la hermandad", un término que Ebby había empleado.
Bill D., un miembro de la hermandad que era auxiliar del superintendente de la misión, recordó la visita de Bill.
"El día en que Bill Wilson llamó en la Misión del Calvario, Spoons Costello estaba en la cocina y más o menos era el responsable, ya que yo estuve fuera toda la tarde. Esa tarde vino dos o tres veces, preguntándome por Ebby T. Spoons, me habló acerca de él cuando llegué aproximadamente a la hora de la cena, que era a las 5:00 p.m. cada día; me dijo que un hombre alto, usando un traje caro , muy borracho y acompañado de un desamparado, llegaba y cada vez hacía tanto ruido que Spoons no le permitió entrar. En esa época Spoons era nuestro cocinero".
En cuanto al traje "caro" de Bill, era uno de Brooks Brothers que la madre de Lois había encontrado en una venta con fines benéficos. Era 1934, estaba la Depresión y el lugar era una misión para indigentes.
Continuó Billy:
"Le pregunté a Spoons si le había dicho al tipo acerca de la reunión de cada noche y me dijo que sí. cuando empezó la reunión, Bill estaba en el piso de abajo en la capilla, acompañado por J., un sueco que, a juzgar por sus ropas, había sido vagabundo durante algún tiempo. 4 John Geroldsek, uno de los hermanos que no vivía en la misión, estaba en la tribuna y a cargo de la reunión. La hermandad tenía turnos para conducir las reuniones, seleccionar la lección de la Biblia, los himnos y luego iniciar con su propio testimonio. Geroldsek acababa de terminar con la Biblia y empezaba a dar testimonio, cuando Bill se levantó de entre el auditorio o congregación y comenzó a caminar por el pasillo hacia la tribuna".
Bill recordó que Tex Francisco, un exborracho, estaba ahí cuando llegaron Alex y él. "No sólo dirigía la misión, sino que propuso corrernos de ella", refirió Bill; "esto me dolió mucho, cuando pensé en nuestras buenas intenciones.
Justo entonces, se presentó Ebby, un exborracho, estaba ahí cuando llegaron Alex y él. "No sólo dirigía la misión, sino que propuso corrernos de ella", refirió Bill; "esto me dolió mucho, cuando pensé en nuestras buenas intenciones.
Justo entonces, se presentó Ebby, que sonreía mostrando los dientes como un gato Cheshire, Dijo: '¿Qué les parece un plato de frijoles?' al terminarlo, Alec y yo teníamos mayor claridad en la mente. Ebby informó que muy pronto habría una reunión en la misión. ¿Nos gustaría ir? Seguro, iríamos, para eso nos encontrábamos ahí. Pronto estábamos sentados los tres en uno de los duros bancos de madera que llenaban el lugar; me estremecí un poco al ver el auditorio de gente mal cuidada; podía oler el sudor y el alcohol. Cuál era su sufrimiento, lo sabía muy bien.
Hubo himnos y oraciones. Tex, el líder, nos exhortó; sólo Jesús puede salvar, afirmó; algunos hombres se levantaron y dieron testimonio. Insensible como estaba, sentí interés y emoción. Luego vino la llamada; los penitentes empezaron a caminar hacia el barandal. Impelido incontrolablemente, también caminé, arrastrando a Alec conmigo. Ebby me alcanzó a tomar por el faldón del saco, pero era demasiado tarde.
Pronto estuve arrodillado entre penitentes sudorosos y malolientes. Quizá ahí entonces, por vez primera, yo también era penitente. Algo me tocó. supongo que fue más que eso. Me golpeó. Sentí un incontrolable impulso por hablar y poniéndome de pie de un salto, empecé.
Después de eso, nunca pude recordar qué dije; sólo sé que fue con serenidad y la gente pareció prestarme atención. Después, Ebby, que había estado asustado mortalmente, me dijo con alivio que lo había hecho bien y que había entregado mi vida a Dios".
Bill D. recordó el incidente de una manera un poco diferente:
"Cuando Bill empezó a caminar por el pasillo, yo estaba sentado en la parte posterior con los hombres de la hermandad que se encontraban presentes. A los nuevos los sentábamos al lado derecho del local; por nuevos, quiero decir aquéllos que no habían hecho su limpieza; ya que a Bill lo acompañaba su amigo J., estaba sentado con el grupo de la derecha. Le pedí a dos de los hermanos que fueran y a su vez le pidieran que se sentara, pero no les hizo caso y caminó hasta el frente del salón cerca de la tribuna. Geroldsek se enojó por la interrupción; era un hombre corpulento y su ocupación era pintor de casas. Fui por el pasillo hasta el frente y le hablé a Bill, le pedí que se sentara; dijo que no, que no lo haría; todo el día había estado intentando decir algo en este lugar y ahora nadie iba a detenerlo. Al ver que no podía calmarlo, le pedí a Geroldsek que se sentara y dejara hablar a Wilson.
[Entonces] le dije a Bill que, por lo común, primero teníamos el testimonio desde la tribuna y luego abríamos la junta, de manera que cualquier pudiera dar testimonio desde su lugar; pero, al ver que estaba determinado a hacerlo, abriríamos inmediatamente la junta y podría decir lo que estuviera en su mente.
Bill nos dijo que la noche anterior había estado en la Iglesia del Calvario y vio que Ebby T. se levantó y dio testimonio desde el púlpito, del hecho de que, con la ayuda de Dios, había estado sobrio durante varios meses. Bill dijo que si Ebby T. pudo obtener ayuda ahí, estaba seguro que él necesitaba ayuda y también podría obtenerla en la misión. cuando al terminar hizo la invitación, Bill y J. pasaron adelante y se arrodillaron. cuando se levantaron, sugerí que J. pasara el piso alto; pero, ya que Bill se veía próspero en contraste con los clientes habituales de nuestra misión, se estuvo de acuerdo en que se fuera al Towns, donde Ebby T. y otros del Grupo [Oxford] podrían hablar con él".
Pero Bill todavía no estaba listo del todo y bebió durante otros dos o tres días. Sin embargo, ir a la misión había sido más que un impulso de borracho y meditó sobre la experiencia. En la atmósfera cargada del salón de reuniones, había estado consciente de profundas sensaciones; pero, una vez más, peleó contra esos sentimientos, apartándolos rápidamente, ya que iban contra la razón y la educación, aunque la razón también le dijo que su enfermedad lo había dejado tan impotente como una víctima del cáncer. Si tuviera cáncer y en la recuperación estuviera incluido rezar a medio día con otros sufrientes en una plaza pública, ¿no lo haría? ¿Cuál era la diferencia respecto al alcoholismo? También era una especie de cáncer. Era cierto que estaba destruyendo su mente y su cuerpo . . . y su alma, si es que había algo así. No hay mucha diferencia, admitió silenciosamente Bill. Finalmente empezó a ver con claridad su alcoholismo, como una condición de impotencia y sin esperanza.
Sintió un fuerte deseo de regresar al hospital con el Dr. Silkworth y, dejando una nota para Lois, salió hacia el Towns. Sólo tenía seis centavos, lo cual le dejaba uno después de pagar la tarifa del metro. En el camino, se las arregló para obtener cuatro botellas de cerveza, en una tienda de comestibles en la que tenía algún crédito; cuando llegó al hospital, se había terminado tres de ellas. El Dr. Silkworth lo encontró en el vestíbulo.
Bill estaba muy animado. Blandiendo la botella, le anunció que había "encontrado algo". Silkworth recordó que Bill estaba leyendo dos libros de filosofía, en los cuales esperaba encontrar nueva inspiración. Era el 11 de diciembre de 1934, un mes exacto después de que había empezado a beber otra vez.
Recibió el tratamiento que entonces se acostumbraba en el Towns: barbitúricos para sedarlo y belladona para disminuir los ácidos del estómago.
Al desvanecerse los efectos del alcohol - no había sido una de sus peores borracheras continuadas - cayó en la depresión profunda y en la rebelión. Quería la sobriedad que había encontrado Ebby, pero no podía creer en el Dios del que éste le había hablado. Las sensaciones que había experimentado con el alcohol, se habían desvanecido con el alcohol.
A los pocos días lo visitó Ebby y una vez más hablaron como lo habían hecho ante la mesa de la cocina. La visita de Ebby hizo que momentáneamente Bill se sintiera menos deprimido, pero después de que se fue, Bill cayó en una profunda melancolía. Estaba lleno de culpa y remordimiento por la manera en que había tratado a Lois, que con firmeza había permanecido a su lado, de principio a fin. Pensó en los extraordinarios momentos que compartieron en los acantilados de Newport la noche anterior a que embarcara hacia Inglaterra, en los viajes de campamento, en los años maravillosos en que fueron unos vagabundos en la motocicleta, en los triunfos y fracasos en Wall Street. Pensó acerca de la Catedral de Winchester y en el momento en que casi había creído en Dios.
Ahora Lois y él estaban esperando el final; ahora, no quedaba nada por delante, más que muerte y locura; este era el final, eta el "trampolín". "La horrible oscuridad se había vuelto completa", dijo Bill. "En la agonía del espíritu, una vez más pensé en el cáncer del alcoholismo que ahora me había consumido la mente y el espíritu y pronto el cuerpo". Ante él se abría el abismo.
En su impotencia y desesperación, Bill gritó: "¡Haré cualquier cosa, cualquier cosa en absoluto!" Había alcanzado un punto de desinfle total, extremo, un estado de rendición completa, absoluta. Sin fe ni esperanza, gritó: "¡Si hay un Dios, que se manifieste!".
Lo que sucedió a continuación fue electrizante: "De pronto, mi cuarto resplandeció con una indescriptible luz blanca. Se apoderó de mí un éxtasis más allá de toda descripción. Toda la alegría que había conocido era tenue en comparación con esto. La luz, el éxtasis . . . durante un tiempo no estuve consciente de nada más.
Luego, visto con los ojos de la mente, estaba ahí una montaña y yo estaba de pie en su cumbre, en donde soplaba un gran viento, que no era de aire, sino de espíritu; con una fuerza grande y pura, soplaba a través de mí. Entonces llegó el pensamiento resplandeciente: 'Eres un hombre libre'. No sé en absoluto cuánto tiempo permanecí en este estado; pero, por último, la luz y el éxtasis descendieron gradualmente y de nuevo vi la pared de mi cuarto. Al estar más calmado, me embargó una gran paz, acompañada de una sensación difícil de describir. Llegué a estar gradualmente consciente de una Presencia que parecía un verdadero mar de espíritu vivo. Reposé en las playas de un mundo nuevo. 'Esto', pensé, 'debe ser la gran realidad, el Dios de los predicadores'.
Saboreando mi nuevo estado, permanecí en él durante largo tiempo. Parecía que estaba poseído por el absoluto y se profundizó la curiosa convicción de que, sin importar qué tan equivocadas parecieran estar las cosas, no había ninguna duda de la realidad fundamental del universo de Dios. Por primera vez, sentí que realmente pertenecía; supe que era amado y a mi vez podía amar. Agradecí a mi Dios, que me había dado un vislumbre de su Yo absoluto. Incluso, aunque era un peregrino
en un camino incierto, no necesitaba preocuparme más, porque había vislumbrado el gran más allá".
Bukk Wilson acababa de cumplir 39 años y todavía tenía la mitad de su vida por delante. Siempre dijo que después de esa experiencia, nunca volvió a dudar de la existencia de dios. Nunca tomó otro trago.

No hay comentarios:

Publicar un comentario